Criaturas de lo oculto

Lourdes Andrino

La torre de Esteban marca las doce en punto y el sol corona el cielo. Su paso cenital hace que nuestras sombras se descosan de nuestra existencia.

–¿Crees que nuestras sombras viven otras vidas más allá de la nuestra? – dice Julia.
–Creo que nuestras sombras viven una vida muy arrastrada – respondo.
–Salvo cuando el Sol las libera – replica.

El calor azota sin compasión. Nuestro sudor moja nuestro paso. Esa vida sí que es efímera.
La de una gota de sudor. Apenas toca tierra, se evapora.

–¿Nos cobijamos en la torre? – le propongo.
–La torre y su sombra. Esas sí que son esclavas – comenta.

La firme oscuridad que emerge de la torre es un santuario. Sus dominios negruzcos hacen
honor a la naturaleza de su dueña. Se defienden con altura. Aquí el sol no es bienvenido,
aunque ya irá ganando terreno. Palmo a palmo. La opacidad es la única que se resiste ante
los embistes de un rey Helio que inflige su dominio aplastándonos a todos.

Julia dibuja con una rama el límite de la sombra.

–No pasará– recita imitando a Gandalf y rematando el surco.
–No piensa abandonar a su amada dueña–remata.

El agua de nuestras botellas nos devuelve la hidratación hurtada por el astro saqueador. Pero no siento alivio. En el momento en que me acerco al límite de la estera lóbrega de la torre, la tierra parece impedir mi avance. Me paraliza. Solo alcanzo a girar mi cabeza y mirar hacia abajo. Y compruebo que no es el firme bajo mis pies lo que obstaculiza mi paso, sino un torso negro, que se arrastra y, desesperadamente, me agarra las piernas.

Julia intenta avanzar y clavar la rama en la parte iluminada para arrastrar su cuerpo fuera de la línea que ahora separa dos mundos. Sin embargo, otra silueta nacida de la negrura de la torre golpea la rama que sostiene haciéndola caer en el suelo.

Julia y yo luchamos por liberarnos. Queremos volver a la luz. El sol ya no nos parece un adversario, sino una bendición. Pero nuestras captoras nos arrastran y nos sepultan en su negrura.

La umbría se impone rotunda. Esta vez seremos nosotras las que estaremos pegadas a su existencia.